Por Alesi
El ascenso de Central, después de tres largos años. Un pequeño racconto de vivirlo en carne propia, dejando años de vida y logrando soltar toda la tristeza al final.
I
Llovía. Las malas eran la corriente en estos últimos tiempos. Por alguna extraña razón, todos creíamos que ésta era la última parada en tantas que nos tocaron vivir. Para un Canalla, vivir en Buenos Aires hace que el dolor del desarraigo nos obligue a contar los partidos a partir del momento en el que ponés un pie en la ruta: ese 23 de mayo de 2010 se nos presentó complicado desde el primer momento. De tanto que nos ha golpeado la vida, los empujones mínimos que te da la realidad no lastiman. Así fuimos a la cancha, expectantes de que el calvario se terminara. Recuerdo que la noche previa, en la casa de mi amigo Pablo, desperté sobresaltado. Entre sueños, el inconsciente me hizo saber cuán trascendental era esa parada: el sentimiento generalizado era el de un triunfalismo. Un triunfo que nos habilitaba a vislumbrar un futuro un tanto más ameno. Pero no. Los que antes habían mancillado la camiseta nos tenían reservado ese último capítulo de la indignidad flagrante a la que nos sometían fin de semana a fin de semana: el 0 -3 con All Boys nos encontró llorando, gritando “Soy Canalla” a rabiar. A nuestra generación, aquella que se privó de vivir la mayoría de los hitos guerreros in situ, le faltaba vivir un descenso. Atrás quedaron esas épocas en las que sabíamos que era dificilísimo salir campeón, pero al menos fantaseábamos con clasificar a alguna copa y llegar lo más lejos que pudiéramos. No hacía tanto, habíamos estado a un pasito. Pero no. Terminamos mirando por obligación la tabla, para ver al menos contra quién nos iba a tocar jugar. Recuerdo el pitazo final de ese día. Todos mojados, mirándonos los unos a los otros. Qué será de nosotros, qué va a pasa. Mientras tanto, aguardaba poder salir del estadio sentado en la platea con las manos sosteniéndome el mentón, las rodillas sosteniéndome los codos, el cuerpo sosteniéndome una tristeza que ya me entumecía el alma, con la mirada perdida y los ojos clavados en un papelito que me mostraba parte de la cara sonriente de Madelón. Fabio, antes de cerciorarse de que estaba bien y comenzar con su anecdotario sobre aquel torneo de Primera B que ganamos de punta a punta con el Negro Marchetta, me preguntó “¿Y ahora, Ale?”. Levanté la cabeza, me sequé dos o tres lágrimas que salieron de puro reflejo y, con ese tono de ultratumba sólo atiné a darle una reflexión que, años más tarde, me doy cuenta que fue la más lúcida que tuve. “Ahora… AHORA es cuando todo es una mierda”.
II
A la deriva, completamente. Pasaron semanas del descenso y cada uno que abre la boca se postula para presidente. Es época de buitres. El amor más primitivo que podemos sentir, que tenemos ahí a la vuelta de la esquina ,se nos va deshojando. La incertidumbre pasa por saber qué equipo estaremos parando en la primera fecha de la B Nacional. De a poco nos vamos familiarizando con algunos nombres como “Comisiones de Actividades Infantiles” o la desgracia de tener que soportar que nos endilguen a Tiro Federal como el nuevo clásico. Las eleccione, nos trajeron el primer desengaño de todos. En un par de horas pasamos de Burruchaga a Merlo, el mismo que un año atrás nos dejó al borde del abismo para bajarse del barco ante la primera mano que vino cambiada. Fueron un par de partidos, apenas, pero en el que tuvimos la primera preview de la cochambre que se nos avecinaba: aferrarnos a los tres puntos, aún si eso significara no patear al arco en todo el partido o terminar el partido con 7 defensores en cancha. Ya ni te digo sobre tres pases seguidos y un cambio de frente. Y con Merlo, también llegó la ineludible cita de Google: para ver quiénes eran los que se incorporaban al equipo. Un desfile de desconocidos, alguno que otro con un pasado que invitaba a desconfiar. Como si fuéramos los gerentes de una empresa, recibiendo el CV de un pibe que se postulaba para cadete. Eran otros tiempos, los tiempos en los cuales creíamos que el peso específico de nuestra historia era razón suficiente como para que esta temporada se convierta en un desfile, un mero trámite. Apenas duró un puñado de minutos aquella presunción. “La autopista a la A”, había dicho nuestro manager en funciones. Si hubo algo de lo que nos olvidamos, es que ese mismo peso específico, esa historia, esos blasones empalidecidos por los recientes acontecimientos, eran el combustible de los contrarios. Cuando la familia del 4 rival come del premio por ganarle a tu equipo, la idoneidad en las funciones, el agudizamiento de los sentidos se torna menesteroso. Y así es como la sufrimos. Bastaron un par de meses para que la ignominia se convirtiera en nuestra cotidianeidad, cayendo derrotados por equipos que, años atrás, no teníamos idea de su existencia.
III
El manotazo de ahogado, otra idea que de haberla patentado nos hubiese traído dividendos suficientes como para hacer las terceras bandejas del Estadio y conjugar un equipo que nada tuviera que envidiarle al Bayern Munich. La arquitectura del éxito como única plataforma (el éxito como una causa, no una consecuencia, algo “que llega”) nos llevó al razonamiento más básico que tuviéramos a mano: “¿Cuál es el que más ascensos tiene de los que están en el mercado?”. Así vino Rivoira, con pergaminos suficientes para revertir este pesadumbroso andar, el de vagar camuflado por el hipódromo de Paraná, buscando la cancha de Patronato. Aquel día, menos mal que les regalaron un penal en el último minuto. Ya sé, perdimos 2 puntos sobre el final, pero 2 puntos en la tabla eran muchos menos que los que íbamos a precisar de sutura después de que la policía nos haya dejado solos en un costadito de la platea tras el gol del Kily. El Chulo nunca pareció entender dónde estaba, porque después de un tiempo prudencial como para acomodarse nos seguía batiendo “Rosario”. Todo lo que nos podía salir mal, nos salía mal. Si hasta volvió Jesús y todo. Pero vivíamos cagando a pelotazos a equipos que se daban cuenta de nuestra desesperación, y así la parimos. Terminamos perdiendo más de lo que merecimos, y menos de lo que creíamos posible. Si hasta tuvimos que descolgar el cuadrito del Negro Palma, que vino a mancharse el bronce cuando nadie quería agarrar el equipo, luego de que un 3 a 1 en Comodoro eyectara a Rivoira del banco en forma inmediata. Habían fallado los dos planes con un denominador común: el de la improvisación. El esoterismo nos ganó de mano: tan metidos con la maldición del Padre Ignacio estábamos que sentamos a la estampita en el banco. No había forma de que saliera bien, porque queríamos ascender ayer. Y la mística no nos dio ni un poquito de resultado. El caso más paradigmático, quizá, fue el último partido que jugamos en el Gigante en aquella nefasta temporada: un muchacho que se cayó al foso y obligó a la suspensión del partido durante un buen número de minutos. Una imagen que nos pintó en cuerpo y alma. Tardamos tanto en reaccionar como el pobre gordito inmóvil por el dolor del golpazo, que cada soga que le tiraban se rompía antes de poder asomar la cabeza a la tierra. El fútbol te regala estas imágenes, nos pinta de cuerpo entero. Más en la desgracia que en las mieles del éxito.
IV
Llueve, otra vez. La temporada con Pizzi al menos conjugó lo mejor de las últimas experiencias: un entrenador bien preparado que contaba con el plus de haberse convertido en canción hacía no tanto tiempo. Recordamos al Juanchi fundamentalmente por aquel retorno desde River, en donde le contaban las costillas por tener que reemplazar a ídolos tan enormes para ellos como lo fueron Francéscoli y Salas. Juanchi, además, fue el que le cambió la mentalidad a los jugadores en el primer partido. Después de ir perdiendo contra Defensa y Justicia en la primera fecha, tuvo una arenga tan conmovedora como efectiva: “No me digan que no pueden dar más, porque yo en este club dejé un riñón”, en alusión a aquel desafortunado incidente en una práctica, chocando contra un juvenil Pato Abbondancieri (todavía sin Z). En rigor a la verdad, hasta este momento, nunca tuvimos un partido que nos llenara los ojos. Si apenas forjamos una estirpe de un equipo que te corría hasta en el entretiempo y que te atacaba hasta cuando te defendías. Esta temporada, además, contó con la presencia estelar de River. Justo cuando creíamos que los errores de antaño nos fortalecieron el decálogo del nunca más se les ocurre bajar a éstos. El peso del Millonario, además, lo sufrimos muchísimas veces. Como en aquel torneo, donde justamente Pizzi era el estandarte, comandando a una horda de pibes que jugaban (y muy bien) a la pelota. Aquel equipo que fue subcampeón con 43 puntos, cantidad suficiente como para ser campeón en estos tiempos. Y a River, en menor escala, también le pasó la de sufrirla. Cada fin de semana, la nota de color era “mirá dónde tienen que venir a jugar”. Y San Juan, Mendoza, Puerto Madryn, Corrientes eran el foco de la noticia del viernes. Ahí también fuimos nosotros, y nos fue bastante bien. Pero algo tiene que andar mal como para que el único mérito que se nos reconociera fuera el de la preparación física y contar con el goleador del campeonato. Porque también lo de Castillejos fue un caso aparte: en una temporada apenas, se cansó de meterla. Poquito tiempo atrás lo habíamos visto desperdiciar innumerables cantidades de situaciones y cuando llegó no esperábamos mucho de él. Pero nos acostumbró a su increíble capacidad goleadora. También volvió Jesús en el receso del verano, casi como si fuera su última confirmación de que Central es su lugar en el mundo.
En fin, vuelve a llover. Una vez más nos enfrentamos a la lluvia. Ya tenemos asegurado el puesto de promoción y River perdió con Patronato ayer. Recibimos a Chacarita, que dependía de un milagro para no descender directamente. Si ganamos, mudamos la fiesta a San Juan, decíamos. Pero llovía, y tras meter una racha de triunfos seguidos que nos invitaba a creer que el ascenso estaba ahí, nos comimos un 3 a 1 que sepultó cualquier ilusión. Porque, no jodamos, quedaba una fecha más y hasta teníamos el beneficio de la duda (antes perjurio) de la Promoción. Pero algo nos pasó al final, porque también perdimos en San Juan con Desamparados. Porque también contra San Martín de la misma provincia, las que no hacía tanto entraban ahora iban a parar a la humanidad de Ardente, al palo, donde sea. Pero nunca a la red. Si hasta el guionista de esta funesta historia hasta nos hacía creer en la redención épica: en las últimas dos fechas remontamos resultados adversos. Pero la estocada final siempre nos la tenían reservada para la desazón. Para el incomensurable drama de acostumbrarse al oprobio. Nadando en las aguas de una tristeza que, nuevamente, sólo servía para hacernos entender que ser de Central nos sirvió, fundamentalmente, para entender que siempre se podía estar peor. ¿Preferíamos luchar hasta el final o ahorrarnos el mal trago de haber tenido todo para subir y dormirse una siesta? Lo único que nos dejó esa temporada, nefasta también: comparar desengaños, sumirnos en el fondo de un mar que nos nublaba la vista. Llenarnos la boca de palabras sin poder decir nada. Siempre agregando un apéndice más al libro negro, ese que tiene las páginas más tristes de nuestra historia. ¿A qué nos aferramos? “Por algo será”, es la visión más optimista que se nos ocurría. Claro que después de esos momentos de elucubraciones nos dábamos de bruces con una realidad dolorosa, un nuevo empujoncito hacia el abismo. Teníamos por delante toda una temporada, una más, en ésta categoría. Un año más es un montón de tiempo para los que dejamos el corazón semana a semana.
V
¿A que no sabés? Llueve. Sí, otra vez. Ya es imposible acercarse al Gigante, que te caiga una gota y no putear a todos los santos: Tlaloc, Seth, Chaac, Tefnut. Cualquiera de las culturas que tenían un Dios de la lluvia nos motivaba para emprender la construcción de la máquina del tiempo y mandarlos a la puta que los parió. Llueve, otra vez, y nos pateamos el corazón en cada paso que damos. La temporada arrancó para atrás: la esperanza de Russo (quizá el único que haya venido siempre en las malas, quizá el único que nunca le haya dicho que no a Central) duró apenas 3 minutos. En el primer partido con el recién ascendido Sarmiento de Junín, 180 segundos de una nueva temporada, nos clavan un gol. A tientas, con refuerzos que eran mirados de reojo. Llueve y nos estremece pensar que el final sea parecido. Nos visita Douglas Haig de Pergamino, otro recién ascendido pero desde el federalísimo Argentino A. Volvemos a perder, quedamos en el puesto 16 de la tabla y ya nadie se anima siquiera a soñar. Sobrevuela el fantasma de Caruso Lombardi, lo único que nos faltaba. Semanas atrás, hasta Belloso tuvo que dejar su cargo, luego de que esa confusión generalizada lo hiciera protagonista de un incidente con la delegación de Independiente Rivadavia. Sin poder sacar nada en limpio, nos mirábamos y con los ojos nos preguntábamos cuánto tiempo más iba a llevar. Te digo más, si hasta ya era un ritual encontrarse con un canalla en cualquier parte del mundo y en lugar de establecer la comunicación con el tradicional modelo comunicativo del saludo, lo primero que nos salía antes del “hola” y después del abrazo, era “Qué mierda, ¿Eh?”. Todos teníamos nuestra propia teoría sobre cuál era la manzana podrida que terminó de afectar al árbol. Ante un rápido sondeo, todos decíamos que después de aquel penal de Gaona contra San Pablo en el Morumbí (¿Te acordás cuando pateó la tierra después de edificar una actuación consagratoria?) fue el principio del fin. Pero claro, el fin era siempre presente. Casi filosófica la cosa. El corriente era estar decididamente en la lona.
VI
Resulta casi paradójico que Toledo haya sido vestido de héroe, el mismo al que vimos tropezarse con sus inseguridades, al que nada le salía bien, al que nunca se le negó el sacrificio pero se le exigía un mínimo de pericia o de suerte. Esta historia parecía tenerlo como el malo. ¡Si hasta clavó un golazo de afuera del área! ¡¡Y de derecha!!. Pero la puta, mirá este desahogo. Los que peor estuvimos terminamos volviendo donde pertenecemos gracias al que peor estuvo. De aquel partido frente a San Martín de San Juan, el primero en la B Nacional, sólo Toledo y Valentini volvían a estar entre los titulares. Y sí, también estaba al caer. Después de aquel fatídico día de Douglas, enhebramos una racha que ni siquiera osamos pedírsela a las velitas de la torta. Volvimos a Primera. ¿Se festeja? En un principio sí. Porque pasaron las elecciones, la autopista a la A, el chip de la B, los retornos frustrados, las desventuras, el “Gracias Profe Fleitas”, la tormenta que ya había pasado, el equipo de Primera para volver lo antes posible. Pasamos mil esquinas, en casi todas ni nos paró el colectivo. ¿Cómo no festejar? Es un desahogo, mi viejo. Porque, además, no subimos de cualquier forma. Volvimos con un equipo que nos hace sentir identificados plenamente: desde las épocas del Puma Rodríguez que no teníamos a un jugador como el Tony Medina, que con su sólo contacto con la pelota levantaba a la platea. ¿Y Nery Domínguez? Qué cosa de locos, Nery. Todo bien hace: mete, juega, cabecea, le pega de afuera, gambetea. Quién sabe cuánto nos va a durar, y mirá cuándo fue a aparecer encima. Si creíamos que las inferiores sólo nos daban disgustos, mirá. ¿Y el Sapito? Un mini Negro Palma. Poniendo siempre a la gambeta, al lujo, al delirio de una tribuna que no gritaba “Ole” ya ni sé desde cuándo. Nos deja esa imagen hermosa, aquel caño de espaldas contra Huracán. Porque este equipo tuvo muchos puntos altos, imposible nombrar a cada uno de ellos. Pero tuvo a jugadores que no son jugadores de fútbol: son jugadores de Central. Cómo no gozar después de tanta porquería. Sí, ya sé, somos todos los hinchas de todos los equipos iguales, tampoco vamos a caer en la soberbia de que somos diferentes a todos. Pero una caricia al alma, después de transitar por lugares en donde creíamos que ni la tristeza se nos podía colar, vale muchísimo. Pasaron 1093 días de aquel 23 de mayo de 2010. Casi tres años calendario. Con la certeza de que el compromiso en las malas se renueva estableciendo lazos que, una vez subsanados, no vas a volver a cortar nunca más. De que no jodan más con tu club, porque es tu vida. ¿Que hay cosas más importantes? Pero claro, cómo te voy a decir que no a eso. Ahora, andá a explicárselo a estas lágrimas que me siguen corriendo, esas lágrimas que fueron la tinta con la que se imprimieron esas páginas que acabamos de dar vuelta. Andá a explicárselo a esa angustia con la que nos habíamos acostumbrado a convivir y ahora, que desapareció, nos hace creer que el alma nos pesa 10 kilos menos. Aquel 23 de mayo de 2010, una parte nuestra fue asesinada. Los responsables los tenemos bien claros, pero es complicadísimo identificar a ese asesino tácito, que impertérrito nos sumió en la mala. Este 19 de mayo de 2013 nos encuentra con la sentencia a aquel malhechor. Con la certeza de que nuestro estoicismo es razón suficiente como para que sintamos que se hizo justicia. Con la alegría, además, de sentir que ese equipo que está en la cancha podrá ganar, perder o empatar, pero que va a jugar tal cual lo haríamos vos y yo, Canalla.
* PUBLICADO ORIGINALMENTE EN
http://www.la-redo.net/1093-o-la-odisea-de-central-115668/